domingo, 12 de octubre de 2008

Hacia la reforma de la educación

por Daniela Casaretto


La educación escolar rara vez desdice su dogmático perfil académico. “Más vale una cabeza bien puesta que una cabeza repleta”, afirmaba Michel de Montaigne siglos atrás. Pero hoy las cabezas no parecen estar ya, ni “bien puestas” ni “repletas”. El modelo sarmientino arrastra falencias cada vez más visibles: cerca de medio millón de jóvenes entre los 13 y 17 años están fuera del sistema educativo y el promedio nacional de deserción escolar alcanza el 40%.


En diciembre del 2006, la Ley Nacional de educación estableció la obligatoriedad de los estudios secundarios. Desde entonces, la reforma es imperiosa. “Construir una secundaria inclusiva y de calidad” parece ser el objetivo prioritario del ministro de Educación, Juan Carlos Tudesco, en su gestión.


El Consejo Federal de Educación, integrado por los ministros del área de todo el país, se reunió este mes para la elaboración de un “Documento preliminar para la discusión sobre la educación secundaria en la Argentina”. En este borrador, se sentaron las bases sobre las que trabajará “la comunidad educativa y la ciudadanía en general” para referir soluciones y líneas de acción tendientes a revertir los problemas que hoy aquejan al sistema de educación secundaria. El Ministerio convocará a participar del debate nacional el próximo mes, a partir de una serie de propuestas ya delineadas. Se prevé “eliminar los exámenes de ingreso, poner fin a las expulsiones, modificar el sistema de evaluación (serían por tramos de aprendizaje en vez de cuatrimestrales o finales), fomentar las tutorías para acompañar a los alumnos y combatir la repitencia, crear una red intersectorial para controlar el ausentismo, rediseñar los planes de estudio y actualizar la formación docente”.


“”En 1880, la secundaria nació para ser selectiva y no obligatoria. (…) Muchos no pueden acceder y otros tienen dificultades para permanecer”, sostiene Adriana Cantero, directora nacional de Gestión Educativa.


La reforma de los años ’90 atomizó el sistema educativo de todo el país. El desafío está en fortalecer los lazos entre la sociedad y el individuo, entre la escuela y su contexto, entre las familias y el Estado. “Debemos enseñar a las masas con precisión lo que hemos aprendido de ellas con confusión”, sostenía Mao tiempo atrás.


El verticalismo de maestros escépticos o indiferentes a la cultura de las nuevas generaciones coloca barreras para un modelo de educación dialógico. Se trata de acabar con el individuo necrófilo, quien “ama el control y en el acto de controlar, mata la vida (Erich Fromm)”. Hagamos que así sea.


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